20.8.24

VIVIR CON DECEPCI­ÓN

 

Silvia sentía cómo el aire se volvía más denso a su alrededor. Esa mañana todo parecía indicar que el día traería consigo la alegría que había esperado. Pero, al final, la realidad se mostró muy distinta. La decepción cayó sobre ella como una sombra oscura que lo cubría todo.

Se había permitido soñar, creer que esta vez las cosas serían diferentes. Puso su confianza en lo que parecía ser una oportunidad, en una promesa que había tomado forma en su mente y en su corazón. Sin embargo, cuando llegó el momento, esa promesa se desvaneció como humo. Silvia quedó con las manos vacías, sintiendo cómo una punzada de tristeza y frustración la atravesaba.

Al principio, no supo cómo reaccionar. Había una mezcla de emociones: enojo, tristeza, incredulidad. Se preguntó por qué todo había salido así, por qué las cosas no podían ser más sencillas, más justas. Pero entonces recordó algo que había aprendido en su camino: que la decepción, aunque dolorosa, no era el final de la historia.

Silvia decidió tomarse un momento para sí misma. No se apresuró a buscar soluciones ni a enterrar el dolor. Permitió que la tristeza la recorriera, dándole espacio para existir. Sabía que era necesario, que intentar ignorarla solo haría que regresara con más fuerza.

Después, cuando el peso en su pecho comenzó a aliviarse, Silvia empezó a pensar en lo que había sucedido desde otra perspectiva. Sabía que la decepción era un maestro duro, pero un maestro al fin y al cabo. Reflexionó sobre lo que podría aprender de esta experiencia, en qué forma podría fortalecerla para el futuro.

Con el tiempo, Silvia comprendió que la decepción no era un fracaso personal. Era parte de la vida, una señal de que estaba arriesgándose, de que estaba viviendo. Y aunque dolía, prefería sentir ese dolor que quedarse en la comodidad de lo conocido, sin atreverse a soñar.

 

Silvia también se dio cuenta de la importancia de apoyarse en quienes la rodeaban. Sus amigas, siempre dispuestas a escucharla, la ayudaron a ver las cosas desde otra perspectiva. Ellas le recordaron que, aunque hoy el panorama se viera gris, mañana el sol podría volver a brillar.

 

Finalmente, Silvia se permitió ser amable consigo misma. Se dio cuenta de que no podía controlar todas las circunstancias, pero sí podía controlar cómo respondía ante ellas. Decidió que, en lugar de dejar que la decepción la definiera, usaría esa experiencia para crecer, para convertirse en una versión más fuerte y sabia de sí misma.

 

Y así, con el paso de los días, Silvia comenzó a sanar. Sabía que la decepción era solo un capítulo de su historia, no el final. Y estaba lista para seguir adelante, con la esperanza de que, a pesar de los tropiezos, siempre había algo nuevo por descubrir.

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